miércoles, 5 de diciembre de 2012

Una pesadilla

 En mi sueño un paño dorado velaba más que cubría una curva femenina. No estaba hecho de ningún material conocido, y la curva, aunque indudablemente era de mujer, podría haber representado cualquier zona del cuerpo. Era una imagen ideal del erotismo perfecto y como tal podía saltarse las reglas que le vinieran en gana.

  Recuerdo que la piel y la tela parecían luchar por ser lo más sedoso bajo la luz anaranjada que lo bañaba todo. Bien podría tratarse de un atardecer, bien de mi deseo encendido.

  La tela comenzó a deslizarse muy poco a poco siguiendo el contorno. Surcaba su piel con la misma suavidad con la que lo habrían hecho mis labios si hubiera podido acercarme. Me sorprendió que mi corazón no me sacara del embrujo a base de latidos estruendosos, puede que no tuviese corazón, que en aquél lugar yo fuera sólo vista y deseo, ojos y saliva.
  
  Esperé con ansia el momento en que la tela se acabara para dejar al descubierto, sólo para mí, el tesoro escondido, pero aquello nunca ocurrió. Durante años y años de la perversa escala temporal de los sueños la tela infinita se deslizó sin parar, riéndose de mí, hasta que, más cansado que al acostarme, abrí los ojos.

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