domingo, 22 de julio de 2012

Lluvia en el canal


 Los miembros de la banda esperaron al momento culmen de la expectación, ni un segundo más, ni uno menos, para salir de entre el humo azul. El público rugía bajo la lluvia acompañando cada paso de los artistas, cada movimiento de manos. Los que estaban de pie se pusieron de puntillas, los que estaban de puntillas tuvieron que saltar. La tensión se les escapaba aquí y allá en forma de grito, como polluelos inquietos esperando el turno para comer.

 El cantante saludó y recibió un vendaval de gritos en respuesta. Como si decir hola a quien acabas de conocer fuese una revolución. El público opinó de forma similar cuando preguntó “¿Cómo estamos, Donosti?”

 Su voz era suave y melosa cuando hablaba, se ponía otra diferente al cantar. Multicolor, poderosa, de las que no necesitan micrófono. Quizá la multitud lo acongojara y al cantar se perdiera entre las notas y olvidara el temor.

- Puedo quitar la lluvia para que estéis más cómodos, si queréis, eh... Déjame tu guitarra, Guille.

 Guillermo se acercó y se la colgó solemnemente de los hombros.


- Creo que era... Si menor.

 Dejó salir el acorde despacio, con los ojos cerrados. La multitud guardó silencio mientras éste volaba sobre sus cabezas. Un instante después, con un vacío estruendoso, la lluvia desapareció. Presas del embrujo, sin detenerse a pensar si habían saltado de la realidad a la ficción, miles de bocas corearon su nombre.

 El maestro de ceremonias, mirando al cielo, dijo:

- ¿Sabéis? Voy a volverla a poner. Lo hace todo más romántico.

 Devolvió la guitarra a su dueño y ésta ronroneó con gusto por el altavoz. A una orden de su mano entró en escena la primera nota de Copenhage acompañada del agua. Primero cayeron unas tímidas gotas, después otras más valientes, y para cuando el éxtasis les hubo hecho olvidarse de todo lo que no fuera canción, un auténtico aguacero.



No hay comentarios:

Publicar un comentario