viernes, 8 de junio de 2012

El libro de cabecera

  En este último mes de enero un pequeño libro salvó mi cordura al descubrirme algo con lo que me podía emocionar. Se llama Zen in the art of writing, y es de Ray Bradbury.

  Bradbury es mi escritor favorito casi desde que llegó a mis manos Crónicas marcianas. Me llegó al alma por completo, especialmente por un cuento titulado Vendrán lluvias suaves. En él no aparece en escena ni un solo ser humano, el protagonista es una casa, y aún así me emocionó. No es algo que pueda escribir cualquiera. Tras aquél libro he leído muchos más y Ray ha defendido con éxito el cinturón de campeón una y otra vez.

  El que leí este invierno es un conjunto de ensayos sobre su experiencia como escritor. Descubres cómo Ray ha convertido el escribir en la razón para bajarse de la cama, sonreír al mundo y resistirse a morir. Cómo puso rumbo a su vida en su adolescencia y no ha girado el timón ni una sola vez, con más dedicación que la que podrías pensar que cabe en una sola persona. Es de esos libros que hacen que te brillen los ojos y veas la vida más bonita que nunca. Conocéis esa sensación, ¿verdad?

  Aproveché el empujón y escribí mucho durante un par de meses. Aparecieron cuentos llenos de rabia, desesperanza, injusticia; mientras yo me iba sintiendo más fuerte y esperanzado y ganaba la paz necesaria para poder irme a la cama. Lo malo se quedaba en el papel, ahogándose en tinta seca. Subrayé el libro como si me fuese a entrar en un examen, me puse una frase suya a la vista y dejé el libro en mi escritorio, muy cerca de mí, para que me sirviese de guía.

  Ese es el motivo de este escrito. He descubierto que subrayar, memorizar y tener el libro cerca era peligroso. Era, digo. Lo he guardado en la estantería.

  No, no me he enfadado con él.

  Hay una línea muy delgada entre un modelo de vida y una limitación. Cuando adoptas el estilo de un maestro no sólo compartes sus logros, también abrazas sus limitaciones. ¿Un ejemplo?

  Ray Bradbury cree que los sentimientos se evaporan tan rápido como irrumpen y que es necesario atraparlos antes de que se vayan. Escribe durante horas poseído por una idea y en los días sucesivos, cuando está atada y bien atada, la pule. El pensamiento consciente sólo es necesario en la segunda fase, la primera es imaginación en bruto. Gracias a esto, o por su culpa, Ray sólo escribe cuentos. Sus novelas son en realidad cuentos pegados.

  Me fascina su visión del mundo, se ha convertido en un ser que retuerce los malos sentimientos para convertirlos en buenos y los buenos para hacerlos aún mejores. En un hecho que para alguien con  mirada poco sensible podría no tener importancia encuentra la excusa para batallar con la máquina de escribir y acabar el día sentado ante una historia que le sorprende incluso a él.

  Seguir sus enseñanzas al pie de la letra es realmente emocionante, puedes transformar un día horrible en uno bueno y de paso ganar una historia. Si es buena la aprovechas, y si no lo es, al menos has aprendido. Pero junto a las ventajas gané desventajas: la de agobiarme si no tenía tiempo de escribir una idea, la sensación de no poder continuar una historia que hubiera dejado a medias, o la pregunta de cómo se apañarán los novelistas para sobrepasar el décimo folio.

  Si salí de esa celda mental fue gracias a otro maestro, Bruce Lee. En su libro, El Tao del Jeet Kune Do, presenta una teoría sobre el conocimiento que me chocó tanto de primeras como me convence ahora. Dice que el camino a la verdad implica buscarla, encontrarla, dominarla y después... Olvidarla, olvidar a su portador y reposar en la nada.

  La filosofía de Bruce Lee se basa en que el ser humano llega a ser realmente extraordinario cuando se libra de las barreras. Valora la acción del maestro pero advierte de que siguiendo sus pasos podrás llegar a la cima de su conocimiento, no a tu propia cima. Por eso una vez aprendida y asimilada una verdad es hora de olvidar las palabras mientras los hechos siguen en ti y saltar a por la siguiente.

  Así he descubierto que tener un modelo es un error. Aprendí de Ray, me quedé con lo que me gustaba y salté. Bruce me abrió los ojos, me dió otro empujón, y en cuanto acabe su libro daré otro salto.

  Sigue a tus maestros mientras tengan algo que contar, busca el siguiente y honra a todos para siempre.

P.D.: Empecé con esto antes de que Ray muriera, por eso está escrito en presente. Ya no es cree, es creía. Ya no es escribe, es escribía.

  Mentiría si escribiera que su muerte me ha puesto triste. Las tristes son las muertes injustas, las accidentales, las que llegan antes de tiempo, las de personas que se van sin alcanzar la felicidad. Ray vivió su vida de principio a fin, encontrando además por el camino la clave para darle sentido. Dejó miles de descendientes, epitafios en cada librería y un eco que durará un siglo. Así es como se juega a esto de vivir. No te lloro, te aplaudo.


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