sábado, 23 de junio de 2012

El lamento del boceto


 Aunque le pueda costar creerlo yo, de pequeño, tenía pánico a los museos. Llegaba al llanto y a las patadas en el intento de no acercarme a uno, por motivos que nunca llegué a contar. No sé qué parecería a ojos de los mayores. Supongo que entenderían de mis berrinches que prefería la diversión fácil a la cultura.

 En realidad yo amaba el dibujo y la pintura, por mucho que hiciera pensar. Cuando paseaba entre cuadros no podía evitar imaginarme comandando un pincel, o siendo comandado por uno en extraña simbiosis. Quería ser como los artistas que honraban en las galerías, que mi alma se expresara en colores como quien usa los adjetivos al hablar. El arte me hacía respirar con orgullo y elevarme un par de palmos del suelo.

 Tras una de esas visitas llegaba a casa con la Musa suplicándome al oído, en pos de las manos que tomando vida propia buscaban ansiosas un lapicero y era entonces, en la batalla contra el papel en blanco, cuando mi día acababa entre lágrimas de cocodrilo.

 Al intentar honrar a la belleza como hicieron todos los grandes genios no lograba más que avergonzarla, y me sentía sucio aun tras haber roto mis ofensas en miles de pedazos. Por eso, por respeto y por frustración, acabé colgando los lapiceros, y de ahí que llegaran a aterrarme los museos. Me mostraban un mundo amado al que, por alguna extraña razón, me estaba vedado el acceso. Ir a uno era ver el Edén desde la barrera.

 Habría ahorrado una infinidad de tiempo si alguien me hubiera contado que todo ser humano empieza pintando mal. O si los museos exhibieran tanto las primeras obras como las últimas: Junto a la Maja desnuda de Goya pueden ver ustedes el retrato en carboncillo de un amor de su infancia. A la pobre le pareció tan horrendo que se negó a ver al chiquillo por siempre jamás. Mas adelante pueden ver un bodrio que Van Gogh insistía en llamar obra de arte, que conserva la marca del imán que lo sujetaba a su nevera, y a su lado unos garabatos encontrados entre los apuntes de Picasso.

 Todos los humanos comenzamos la vida en blanco, con las mismas oportunidades, y la primera obra de cualquiera es tremendamtente mala. Es una ley universal, un rasero que nos iguala. La diferencia entre el que vale como artista y el que no vale está en que el primero, tras su fallo, pasa la página y continúa. Y otros, espíritus débiles, seguimos el camino fácil de recogernos y lamentar.

 Entiendo el pesar que produce afrontar el horror que uno acaba de crear, pero juro por todo lo que sé que en esto no existe atajo alguno. Empiezo a creer que el destino del artista es consguir algo increíble antes de morir que haga olvidar sus primeras blasfemias y lo reconcilie con la naturaleza. Así que ya sabe. No se rinda, sea paciente y comprensivo consigo mismo. Las líneas le saldrán torcidas, las flores que dibuje parecerán faltas de riego, sus rostros parecerán atormentados, pero son pasos vitales hacia su fin. Todos comenzaron así. Pase la página y continúe.

- Eso está muy bien, ¿pero qué pasa con nosotras?

No preste atención.

- ¿Cómo? No me voy a callar, gilipollas.

En serio, no.

- ¡Eh, eoo!¡Aquí abajo!
- Por los dioses, ¿qué quieres?
- Todo eso que has dicho es taaan bonito que estoy al borde de las lágrimas. ¿Pero qué pasa con nosotras?¿Eh?
- Sois daños colaterales.
- ¿Daños colaterales?¡Somos personas! Nos das la vida con tus pinceles y después nos abandonas sin remordimiento alguno.
- No sabes de lo que hablas, en ningún momento he dicho que sea sencillo. Después de invertir horas en vosotras os miro, me devolvéis la mirada y... En vuestros ojos torcidos, deformes, que no logran apuntar, descubro cuánto he fallado en la forma y proporción, y me siento incapaz de decíroslo. Sólo me queda pasar avergonzado al siguiente lienzo y esperar a que lo descubráis por vosotras mismas.
- Es inhumano.
- Es necesario.
- ¿Y por qué no pintas arbolitos, capullo? Sólo pintas mujeres. Basta ya de destrozarnos la vida.
- Pinto mujeres porque sois lo más hermoso que ha dado la tierra, y ojalá pudiera ganar destreza de otro modo para que mi primera mujer fuera perfecta pero me temo que no es posible. Por mucho que digamos el cuello de un cisne no es comparable al vuestro, ni el encanto de las perlas se acerca al de vuestros ojos. Necesito pintaros para, un buen día, encontrarme con ella, la definitiva.
- No puedes ni imaginar la impotencia que siento aquí dentro. Y ni siquiera puedo llorar, me pintaste con una sonrisa.
- Yo... Lo siento.
- Mátame.
- ¿Qué?
- Rompe el lienzo, o quémalo, y acaba con mi vida. Ten piedad.
- No puedo hacerlo. Estás viva, sería un crimen.
- ¿Un crimen mayor que el de crearme?
- Yo... No lo sé.


Discúlpeme. Ya no sé qué pensar.
 

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