domingo, 23 de noviembre de 2014

Principios

Tu memoria salta de pronto a tus años de instituto que pasaste con aquella amiga tan especial. La llamaste la más guapa de Madrid y puso muy mala cara, probablemente por darle unos dominios tan pequeños. Aprendiste de ello, y para hacer que aquella sevillana que conociste más tarde se sintiera bien importante y a la vez evitar incluir Madrid para cumplir tu promesa dijiste que era "lo más bonito de Despeñaperros para abajo". Sí señor, de desperdicio, más de la mitad de la superficie del mundo gastado en una sola persona que al final no te hizo ni puto caso. Las sureñas por siempre un misterio, se acabó lo de conocer a la más bella argentina. Cuando emigraste al norte tuviste al menos el cuidado de cuidado de no usar "de Despeñaperros para arriba" con la primera sueca que te cruzaras en el aeropuerto. Además qué sueca va a saber lo que es Despeñaperros. Pero pedazo a pedazo fuiste gastando el mundo: el bellezón de escandinavia, la isleña más bonita, la diosa del círculo polar...

"¿Que soy la más guapa de dónde?" te pregunta.

Se está indignando, y tu agujero que se hace más profundo a cada segundo que pasas callado. Eres imbécil. Has vuelto, sin haberlo planeado, a Madrid. Has conocido, sin haberlo buscado, a la que merece la corona de la belleza de todos los meridianos y paralelos, y no encuentras nada que decir que no traicione todo lo anterior.

"¿Hola?¿Eres retrasado? Yo flipo contigo a veces. "

¡Miente, vamos! Vas a perderla por no faltar a lo que le dijiste a una chica que a mil kilómetros ni recuerda que existes, por otra que se rió de ti, por un témpano de hielo que apenas si se mueve y respira. Llámala la más guapa del mundo y se acabó. Aunque ya es tarde, has pasado casi treinta segundos callado. Parece que vaya a ponerse a llorar en un momento. Espero que te gusten mucho mucho tus principios porque van a ser tu única compañía en lo que te queda de vida.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Una pesadilla

 En mi sueño un paño dorado velaba más que cubría una curva femenina. No estaba hecho de ningún material conocido, y la curva, aunque indudablemente era de mujer, podría haber representado cualquier zona del cuerpo. Era una imagen ideal del erotismo perfecto y como tal podía saltarse las reglas que le vinieran en gana.

  Recuerdo que la piel y la tela parecían luchar por ser lo más sedoso bajo la luz anaranjada que lo bañaba todo. Bien podría tratarse de un atardecer, bien de mi deseo encendido.

  La tela comenzó a deslizarse muy poco a poco siguiendo el contorno. Surcaba su piel con la misma suavidad con la que lo habrían hecho mis labios si hubiera podido acercarme. Me sorprendió que mi corazón no me sacara del embrujo a base de latidos estruendosos, puede que no tuviese corazón, que en aquél lugar yo fuera sólo vista y deseo, ojos y saliva.
  
  Esperé con ansia el momento en que la tela se acabara para dejar al descubierto, sólo para mí, el tesoro escondido, pero aquello nunca ocurrió. Durante años y años de la perversa escala temporal de los sueños la tela infinita se deslizó sin parar, riéndose de mí, hasta que, más cansado que al acostarme, abrí los ojos.

jueves, 2 de agosto de 2012

The raindrop prelude

domingo, 22 de julio de 2012

Lluvia en el canal


 Los miembros de la banda esperaron al momento culmen de la expectación, ni un segundo más, ni uno menos, para salir de entre el humo azul. El público rugía bajo la lluvia acompañando cada paso de los artistas, cada movimiento de manos. Los que estaban de pie se pusieron de puntillas, los que estaban de puntillas tuvieron que saltar. La tensión se les escapaba aquí y allá en forma de grito, como polluelos inquietos esperando el turno para comer.

 El cantante saludó y recibió un vendaval de gritos en respuesta. Como si decir hola a quien acabas de conocer fuese una revolución. El público opinó de forma similar cuando preguntó “¿Cómo estamos, Donosti?”

 Su voz era suave y melosa cuando hablaba, se ponía otra diferente al cantar. Multicolor, poderosa, de las que no necesitan micrófono. Quizá la multitud lo acongojara y al cantar se perdiera entre las notas y olvidara el temor.

- Puedo quitar la lluvia para que estéis más cómodos, si queréis, eh... Déjame tu guitarra, Guille.

 Guillermo se acercó y se la colgó solemnemente de los hombros.


- Creo que era... Si menor.

 Dejó salir el acorde despacio, con los ojos cerrados. La multitud guardó silencio mientras éste volaba sobre sus cabezas. Un instante después, con un vacío estruendoso, la lluvia desapareció. Presas del embrujo, sin detenerse a pensar si habían saltado de la realidad a la ficción, miles de bocas corearon su nombre.

 El maestro de ceremonias, mirando al cielo, dijo:

- ¿Sabéis? Voy a volverla a poner. Lo hace todo más romántico.

 Devolvió la guitarra a su dueño y ésta ronroneó con gusto por el altavoz. A una orden de su mano entró en escena la primera nota de Copenhage acompañada del agua. Primero cayeron unas tímidas gotas, después otras más valientes, y para cuando el éxtasis les hubo hecho olvidarse de todo lo que no fuera canción, un auténtico aguacero.



jueves, 19 de julio de 2012

Surreal

  Las últimas palabras del artista fueron: "Uno de mis cuadros no es más que el papel que usé para limpiar mi pluma. Intentad adivinar cuál es, hijos de puta". La familia del difunto ha alegado hoy en un comunicado que dichas palabras no son más que los delirios comunes que producen los calmantes.

domingo, 8 de julio de 2012

Modorra

  Consiguió sobrevivir a las dos primeras ráfagas de timbrazos del despertador sin perder la modorra. Entonces comenzó a esbozar mentalmente la historia de un hombre que regalaba a un muñeco su nombre y apellidos para que se levantara por él e hiciera su trabajo, pero la tercera llamada del despertador le obligó a desistir y salir de la cama.

  Esta mañana me desperté muy pronto sin querer y entre un sueño y el siguiente escribí esto (sin retocar) en mi cuaderno, con letra de médico. Cuando me he levantado de verdad ha sido casi como leer algo ajeno. Es la primera vez que me pasa. 

jueves, 5 de julio de 2012

La pecera


Hace unos tres años me di cuenta de que los lugares donde había nacido, vivido y estudiado cabían todos dentro de una circunferencia de un kilómetro de radio, y me pareció realmente espantoso. Y a día de hoy sigo encerrado dentro. Pero se va a acabar, se convierte en mi máxima prioridad. ¡Erasmus, exilio o lo que surja, allá voy!

Que tengo menos mundo que un pez de colores, copón.

sábado, 23 de junio de 2012

El lamento del boceto


 Aunque le pueda costar creerlo yo, de pequeño, tenía pánico a los museos. Llegaba al llanto y a las patadas en el intento de no acercarme a uno, por motivos que nunca llegué a contar. No sé qué parecería a ojos de los mayores. Supongo que entenderían de mis berrinches que prefería la diversión fácil a la cultura.

 En realidad yo amaba el dibujo y la pintura, por mucho que hiciera pensar. Cuando paseaba entre cuadros no podía evitar imaginarme comandando un pincel, o siendo comandado por uno en extraña simbiosis. Quería ser como los artistas que honraban en las galerías, que mi alma se expresara en colores como quien usa los adjetivos al hablar. El arte me hacía respirar con orgullo y elevarme un par de palmos del suelo.

 Tras una de esas visitas llegaba a casa con la Musa suplicándome al oído, en pos de las manos que tomando vida propia buscaban ansiosas un lapicero y era entonces, en la batalla contra el papel en blanco, cuando mi día acababa entre lágrimas de cocodrilo.

 Al intentar honrar a la belleza como hicieron todos los grandes genios no lograba más que avergonzarla, y me sentía sucio aun tras haber roto mis ofensas en miles de pedazos. Por eso, por respeto y por frustración, acabé colgando los lapiceros, y de ahí que llegaran a aterrarme los museos. Me mostraban un mundo amado al que, por alguna extraña razón, me estaba vedado el acceso. Ir a uno era ver el Edén desde la barrera.

 Habría ahorrado una infinidad de tiempo si alguien me hubiera contado que todo ser humano empieza pintando mal. O si los museos exhibieran tanto las primeras obras como las últimas: Junto a la Maja desnuda de Goya pueden ver ustedes el retrato en carboncillo de un amor de su infancia. A la pobre le pareció tan horrendo que se negó a ver al chiquillo por siempre jamás. Mas adelante pueden ver un bodrio que Van Gogh insistía en llamar obra de arte, que conserva la marca del imán que lo sujetaba a su nevera, y a su lado unos garabatos encontrados entre los apuntes de Picasso.

 Todos los humanos comenzamos la vida en blanco, con las mismas oportunidades, y la primera obra de cualquiera es tremendamtente mala. Es una ley universal, un rasero que nos iguala. La diferencia entre el que vale como artista y el que no vale está en que el primero, tras su fallo, pasa la página y continúa. Y otros, espíritus débiles, seguimos el camino fácil de recogernos y lamentar.

 Entiendo el pesar que produce afrontar el horror que uno acaba de crear, pero juro por todo lo que sé que en esto no existe atajo alguno. Empiezo a creer que el destino del artista es consguir algo increíble antes de morir que haga olvidar sus primeras blasfemias y lo reconcilie con la naturaleza. Así que ya sabe. No se rinda, sea paciente y comprensivo consigo mismo. Las líneas le saldrán torcidas, las flores que dibuje parecerán faltas de riego, sus rostros parecerán atormentados, pero son pasos vitales hacia su fin. Todos comenzaron así. Pase la página y continúe.

- Eso está muy bien, ¿pero qué pasa con nosotras?

No preste atención.

- ¿Cómo? No me voy a callar, gilipollas.

En serio, no.

- ¡Eh, eoo!¡Aquí abajo!
- Por los dioses, ¿qué quieres?
- Todo eso que has dicho es taaan bonito que estoy al borde de las lágrimas. ¿Pero qué pasa con nosotras?¿Eh?
- Sois daños colaterales.
- ¿Daños colaterales?¡Somos personas! Nos das la vida con tus pinceles y después nos abandonas sin remordimiento alguno.
- No sabes de lo que hablas, en ningún momento he dicho que sea sencillo. Después de invertir horas en vosotras os miro, me devolvéis la mirada y... En vuestros ojos torcidos, deformes, que no logran apuntar, descubro cuánto he fallado en la forma y proporción, y me siento incapaz de decíroslo. Sólo me queda pasar avergonzado al siguiente lienzo y esperar a que lo descubráis por vosotras mismas.
- Es inhumano.
- Es necesario.
- ¿Y por qué no pintas arbolitos, capullo? Sólo pintas mujeres. Basta ya de destrozarnos la vida.
- Pinto mujeres porque sois lo más hermoso que ha dado la tierra, y ojalá pudiera ganar destreza de otro modo para que mi primera mujer fuera perfecta pero me temo que no es posible. Por mucho que digamos el cuello de un cisne no es comparable al vuestro, ni el encanto de las perlas se acerca al de vuestros ojos. Necesito pintaros para, un buen día, encontrarme con ella, la definitiva.
- No puedes ni imaginar la impotencia que siento aquí dentro. Y ni siquiera puedo llorar, me pintaste con una sonrisa.
- Yo... Lo siento.
- Mátame.
- ¿Qué?
- Rompe el lienzo, o quémalo, y acaba con mi vida. Ten piedad.
- No puedo hacerlo. Estás viva, sería un crimen.
- ¿Un crimen mayor que el de crearme?
- Yo... No lo sé.


Discúlpeme. Ya no sé qué pensar.
 

viernes, 8 de junio de 2012

El libro de cabecera

  En este último mes de enero un pequeño libro salvó mi cordura al descubrirme algo con lo que me podía emocionar. Se llama Zen in the art of writing, y es de Ray Bradbury.

  Bradbury es mi escritor favorito casi desde que llegó a mis manos Crónicas marcianas. Me llegó al alma por completo, especialmente por un cuento titulado Vendrán lluvias suaves. En él no aparece en escena ni un solo ser humano, el protagonista es una casa, y aún así me emocionó. No es algo que pueda escribir cualquiera. Tras aquél libro he leído muchos más y Ray ha defendido con éxito el cinturón de campeón una y otra vez.

  El que leí este invierno es un conjunto de ensayos sobre su experiencia como escritor. Descubres cómo Ray ha convertido el escribir en la razón para bajarse de la cama, sonreír al mundo y resistirse a morir. Cómo puso rumbo a su vida en su adolescencia y no ha girado el timón ni una sola vez, con más dedicación que la que podrías pensar que cabe en una sola persona. Es de esos libros que hacen que te brillen los ojos y veas la vida más bonita que nunca. Conocéis esa sensación, ¿verdad?

  Aproveché el empujón y escribí mucho durante un par de meses. Aparecieron cuentos llenos de rabia, desesperanza, injusticia; mientras yo me iba sintiendo más fuerte y esperanzado y ganaba la paz necesaria para poder irme a la cama. Lo malo se quedaba en el papel, ahogándose en tinta seca. Subrayé el libro como si me fuese a entrar en un examen, me puse una frase suya a la vista y dejé el libro en mi escritorio, muy cerca de mí, para que me sirviese de guía.

  Ese es el motivo de este escrito. He descubierto que subrayar, memorizar y tener el libro cerca era peligroso. Era, digo. Lo he guardado en la estantería.

  No, no me he enfadado con él.

  Hay una línea muy delgada entre un modelo de vida y una limitación. Cuando adoptas el estilo de un maestro no sólo compartes sus logros, también abrazas sus limitaciones. ¿Un ejemplo?

  Ray Bradbury cree que los sentimientos se evaporan tan rápido como irrumpen y que es necesario atraparlos antes de que se vayan. Escribe durante horas poseído por una idea y en los días sucesivos, cuando está atada y bien atada, la pule. El pensamiento consciente sólo es necesario en la segunda fase, la primera es imaginación en bruto. Gracias a esto, o por su culpa, Ray sólo escribe cuentos. Sus novelas son en realidad cuentos pegados.

  Me fascina su visión del mundo, se ha convertido en un ser que retuerce los malos sentimientos para convertirlos en buenos y los buenos para hacerlos aún mejores. En un hecho que para alguien con  mirada poco sensible podría no tener importancia encuentra la excusa para batallar con la máquina de escribir y acabar el día sentado ante una historia que le sorprende incluso a él.

  Seguir sus enseñanzas al pie de la letra es realmente emocionante, puedes transformar un día horrible en uno bueno y de paso ganar una historia. Si es buena la aprovechas, y si no lo es, al menos has aprendido. Pero junto a las ventajas gané desventajas: la de agobiarme si no tenía tiempo de escribir una idea, la sensación de no poder continuar una historia que hubiera dejado a medias, o la pregunta de cómo se apañarán los novelistas para sobrepasar el décimo folio.

  Si salí de esa celda mental fue gracias a otro maestro, Bruce Lee. En su libro, El Tao del Jeet Kune Do, presenta una teoría sobre el conocimiento que me chocó tanto de primeras como me convence ahora. Dice que el camino a la verdad implica buscarla, encontrarla, dominarla y después... Olvidarla, olvidar a su portador y reposar en la nada.

  La filosofía de Bruce Lee se basa en que el ser humano llega a ser realmente extraordinario cuando se libra de las barreras. Valora la acción del maestro pero advierte de que siguiendo sus pasos podrás llegar a la cima de su conocimiento, no a tu propia cima. Por eso una vez aprendida y asimilada una verdad es hora de olvidar las palabras mientras los hechos siguen en ti y saltar a por la siguiente.

  Así he descubierto que tener un modelo es un error. Aprendí de Ray, me quedé con lo que me gustaba y salté. Bruce me abrió los ojos, me dió otro empujón, y en cuanto acabe su libro daré otro salto.

  Sigue a tus maestros mientras tengan algo que contar, busca el siguiente y honra a todos para siempre.

P.D.: Empecé con esto antes de que Ray muriera, por eso está escrito en presente. Ya no es cree, es creía. Ya no es escribe, es escribía.

  Mentiría si escribiera que su muerte me ha puesto triste. Las tristes son las muertes injustas, las accidentales, las que llegan antes de tiempo, las de personas que se van sin alcanzar la felicidad. Ray vivió su vida de principio a fin, encontrando además por el camino la clave para darle sentido. Dejó miles de descendientes, epitafios en cada librería y un eco que durará un siglo. Así es como se juega a esto de vivir. No te lloro, te aplaudo.


lunes, 4 de junio de 2012

24

Quien se mantiene de puntillas no puede sostenerse.
Quien se sostiene a horcajadas no puede caminar.
Quien se exhibe a sí mismo no brilla.
Quien se justifica a sí mismo no obtiene honores.
Quien ensalza sus propias capacidades no tiene mérito.
Quien alaba sus propios logros no permanece.
En el Tao estas cosas se llaman «alimento no deseado y tumores molestos», que son abominados por todos los seres.
Por ello el hombre del Tao no pone en ellos su corazón.

Lao Tse - Tao Te King